Aquí es donde se gesta la bravura del toro de lidia y es la prueba más importante de cuantas se hacen a los animales para medir su bravura y resistencia.

Se realiza en una plaza cuadrada o redonda y de tamaño mucho menor que el de las plazas de toros, en la que se emplea una puya mucho más pequeña que la que se usa en las corridas.

Se observa la respuesta del animal al dolor, su reiteración en la embestida y su resistencia bajo el caballo permiten al ganadero prever las cualidades de cada uno. Los becerros no deben ser toreados jamás, sino tan sólo ser llevados al caballo. De lo contrario quedarían inútiles para la lidia, pues una de las características de los toros bravos es que aprenden, es decir, una vez que toman un capote no lo olvidan jamás y en el caso de salir luego al ruedo distinguen perfectamente al torero, con el consiguiente peligro para aquél.

Las vacas, por el contrario, pueden ser toreadas para  medir la cantidad y calidad de sus embestidas.